Cartas australes


13

Bahía Blanca, 26 de marzo de 1999.

Estimado amigo:

                                El material que me envió procedente de Río Negro y Neuquén me ha sorprendido bastante. Comparto su entusiasmo por lo que Ud. llama “reliquias de Trapalanda”, pero me resisto a aceptar la existencia de una civilización perdida con tan escasa evidencia. 
    Lo que no entiendo es porqué los arqueólogos nunca encontraron nada que encaje con esto. Junius Bird, Osvaldo Menghin, Emperaire-Laming y otros excavaron sistemáticamente en cuevas de Santa Cruz y Tierra del Fuego, buscando restos de las primeras ocupaciones humanas en el extremo sur del continente. Encontraron restos de fauna extinta asociada con ocupaciones humanas hace 8500 años. Luego catalogaron una serie de culturas intermedias hasta la aparición de los tehuelches propiamente dichos; ninguna gastaba hornos, ni moldes con figuras geométricas. 
   Por lo que se sabe, los antiguos habitantes de Patagonia no conocían la fundición de metales. Sería toda una novedad que tal adelanto se registrase aquí en tiempos precolombinos.
    Pero nada es imposible: después de todo, la región de Somuncurá está virgen, por lo cual no puede descartarse alguna sorpresa, arqueológicamente hablando.
                                              Un saludo patagónico,                                                           
                                                                             Paul Gallez

14

Buenos Ayres, Cibdat i Puerto, 11/4/1999.

Estimado Paul:

                          Vez pasada tuve una dura discusión con Enrique García Barthe. Es terco como él solo. Nos reunimos en “Bárbaro”, un viejo café surrealista del cual él es habitué. Yo traía fotos de la Patagonia, y él otras del material secreto que fotografió el año pasado en Chubut, y que no me había mostrado.
   Este material es verdaderamente secreto. Nos fuimos a otro bar, porque ahí no había tranquilidad. El lugar donde entramos era sospechoso. Sábado, 14:30 horas, un bar vacío casi, aunque lleno de prostitutas elegantes, valga la contradicción. Nos sentamos a una mesa e intercambiamos miradas sobre el material que traía el otro. Quedé congelado cuando Enrique me mostró las fotos de dos placas talladas similares a las del museo salesiano de Rawson, las cuales se encuentran en manos privadas.
   El estilo revela la mano de un escultor distinto al de las estelas salesianas (éstas, a su vez, muestran señales de ser obra al menos de dos escultores, uno bastante bueno, y el otro muy malo). Este asunto ya pasa de morado oscuro, y se lo dije a Enrique.
   Él se puso sobrador, como quien tiene la verdad absoluta en las manos, o un arquetipo platónico en el bolsillo. Me acusó de querer robarle los descubrimientos. Las putas miraban. Continuó en voz alta, reprochándome “por haber cortado a Ibarra el día de la conferencia en el Auditorio del Senado” (?) Habrá confundido a Dick con David Copperfield, quien sí se hace cortar por la mitad, y se reconstituye.
   Las señoritas prostituibles, y los rufianes aburridos, continuaban parando la oreja sin comprender nuestra discusión. Declaré que los indios ablandaban la piedra, ante una hoja de hacha incisa con grecas pequeñísimas en ángulo recto, imposibles de labrar. El me apostrofó, gritándome que yo “iba por muy mal camino”. El bar entero seguía pendiente de nosotros, sin entender un pepino. De pronto, y sin decir va, nos paramos y nos fuimos, cada uno por su lado, dejando al burdel confuso y sin explicación. Adiós,
                                                                              D.C.


15

                                         Bahía Blanca, 12 de mayo de 1999.

Apreciado amigo:
                                 Parece que tenemos una niña prodigio aquí en el sur. Algo así como una santa milagrosa, si no se trata de una histérica. Es vox populi que se comunica con un pájaro negro, un tordo o un mirlo, no sé bien porque nadie lo vio, excepto ella, el cual pájaro se ha guarecido en su rancho y no quiere salir, como el cuervo de Edgar Poe.
   El caso está en que la niña, desde fuera de la habitación y delante de testigos, formula cualquier pregunta que los circunstantes deseen hacer a dicho pájaro, y éste responde satisfactoriamente, con voz aflautada. ¡Quod the raven: nevermore!
   Se ha llegado a verla un comisario para pedirle ayuda en el caso policial más famoso de la Patagonia, el triple crimen de Cipoletti, del cual no se cansan de hablar los diarios. Y comprobó que todo era una superchería. La familia desapareció del lugar, en las afueras de Río Colorado, pero hay alguien que todavía le ofrenda velas a la “santa”.
   Usted es experto en casos extraños ¿Qué piensa de esto?
   Saludos,

                                                                        Paul Gallez
                                               


16

           Santa María de los Buenos Aires, 27 de mayo de 1999.

Caro profesor:
                                 He leído con atención su carta, y he llegado a la conclusión de que la niña no es ventrílocua, ni una dotada paranormal. Simplemente es. En cuanto a su compañero, el pájaro negro, se ha vuelto invisible por obra y gracia de la brujería mapuche, sumamente poderosa.
   Puede intentarlo usted mismo, aplicando la receta que prescriben las machís más competentes. Hela aquí:
   Cueza vivo un gato negro, hasta que la carne se desprenda por sí misma del esqueleto. Separados los huesos, lléveselos a la boca, uno por uno, delante del espejo, hasta encontrar el que lo haga invisible.
   Ése será su talismán, cuya virtud es perenne. No olvide llevarlo al banco u otros lugares de su interés.  
   Cordialmente,

                                                                              D.C.          


17

Sra. Directora de Cultura
9 de julio - Est. de Ferrocarril
                                                                  2 de julio de 1999.
De mi consideración:
                                    Tengo el agrado de dirigirme a Ud. con el objeto de solicitarle información acerca de una pieza guardada en el Museo Regional de Comodoro Rivadavia, cuya foto figura en esta página. Tengo entendido que fue adquirida por el profesor Antonio Garcés, quien la incorporó a su museo. Ignoro si dicha pieza aún se encuentra allí. Quisiera saber, si existe algún registro en el museo, cuál es la procedencia de esta pieza, vale decir, quién la donó o vendió al museo que dirigía entonces el profesor Garcés, y de qué localidad proviene. A la espera de su amable respuesta, la saludo muy atentamente.
                                                                                 D.C.

18

                           Comodoro Rivadavia, 14 de agosto de 1999.

De mi consideración:

    Tengo el agrado de dirigirme a Ud. respondiendo a una carta suya que recibí en el Museo Regional Patagónico prof. Antonio Garcés.
   Sabrá que Ud. pide información sobre una escultura que le había sido obsequiada al prof. Garcés por el Rdo. cura Párroco Pbro. José Luis Méndez, estando en Río Gallegos. Le diré que dicha pieza fue encontrada en el campo del Establecimiento “Alquintas”.
   Sabrá que estuvo un tiempo en el museo, y el profesor Garcés me pidió que la pintara, pues ingresé como dibujante técnica. Reconocí mi dibujo enseguida, por eso me gustaría saber cómo llegó a sus manos. Como le encontró un gran parecido con la “Dama de Elche”, el prof. Garcés lo llevó con todos los dibujos y la escultura.
   Ahora bien, me gustaría saber dónde se encuentra esta pieza, si en algún museo o en manos de algún investigador, o la puede tener la hija menor, Gloria Garcés, porque estuve en Bs. As. en abril, cuando expuse mis cuadros en la Casa del Chubut, pero los hermanos no saben la dirección de ella. Le mando la copia de mi dibujo en tamaño natural, con las medidas exactas. Acompaño el texto del reverso.
    Esperando haber podido cumplimentar lo solicitado, reciba mis atentos saludos.


                                      Srta. Matilde Diez
                         Directora
                                                    Museo Regional Patagónico
                                          Prof. Antonio Garcés





19

                                       White Bay, 25 de setiembre de 1999.

Apreciado amigo:

                                     He visto la foto de la “Dama de Elche”, como la llamaba el finado Antonio Garcés. Déjeme decirle que esa escultura no puede ser de procedencia aborigen. Sus proporciones anatómicas son las de una mujer de raza blanca: rostro alargado, pómulos nada prominentes, mentón fuerte; ojos grandes bajo arcos superciliares bien marcados y párpados evidentes, sin pliegue mongólico. Todo en esta composición es delicadeza y armonía, revelando un estudio del modelo natural al que no eran afectos los indios sudamericanos en su arte escultórico.
                                     Lamento decepcionarlo, pero lo más probable es que sea una obra neoclásica proveniente de alguna estancia. Tal es al menos mi opinión.
                                     Suyo,
                                                                             Paul Gallez



20

                              Buenos Ayres, Cibdat i Puerto, 15/10/1999.

Estimado Paul:

                                    Tomo nota de su sensata opinión acerca de la Cabeza de Dama. Es cierto, no parece obra indígena, pero, como decía Charcot, “ca n’empeche d’exister”. Siempre he respetado su buen criterio, pero esta vez, en lugar de retirarme, redoblo la apuesta: el último libro de Ibarra Grasso, “Los hombres barbados en la América Precolombina”, trae la foto de una pequeña talla, inventariada bajo el número 66-2 en el museo El Vergel de Angol, Chile. Fue hallada por un agricultor alemán, Francisco von Plate, mientras araba su fundo en Mulchén, provincia chilena de Bío-Bío. La pieza fue entregada por él al pastor evangelista Dillmann S. Bullock, quien la incorporó a su propio museo, donde aún hoy se encuentra.
                                     Le estoy enviando una foto para que juzgue usted mismo: las facciones, talladas en andesita, son las de un hombre blanco, de barba bien poblada. En la parte de atrás tiene incrustada una turquesa, como las pequeñas esculturas incas. ¿Será otra pieza perdida de una estancia?...
                                      Disculpe la ironía. Suyo,
                                                                                   D.C.
       
                                                       
                                                                         
                                                                 21

   Estos restos descalificados, estos espejismos de piedra de la Patagonia han impresionado mi ánimo con más fuerza que las bellas columnas dóricas del Sounion, a cuya vera soñé tantas tardes, mi frente bañada por el sol, cuyo disco enrojecido se hundía en el Egeo; o el Partenón, que saludaba cada mañana desde la terraza de mi departamento en Atenas. 
   Aquellos aires, demasiado sutiles, no llenan mis pulmones; aquellos cielos de porcelana parecen irreales a mis ojos, que guardan en el fondo de sus retinas un paisaje amado. Y así, la historia más nimia en estas tierras patagónicas conmueve mi imaginación más que el hallazgo de una civilización entera en otra parte. Aquí todavía es posible crear desde la nada, ser el Adán de una nueva visión, libre de las categorías y períodos históricos que agobian otras partes del globo. Por eso, en lugar de un cuadro sinóptico, prefiero ofrecer un cuento, una simple leyenda del país, relatada por los últimos tehuelches: En tiempos lejanos cayó sobre la Patagonia una bola de fuego surgida del negro infinito. El cráter que dejó su impacto aún puede verse como una hoya elevada de 5 km. de diámetro, rodeando una llanura sedimentaria en el Bajo Hondo, al sur de Somuncurá. Dicen los indios que el dios del cielo dejó enterrado allí su cordón umbilical, y que de él nacieron los primeros hombres. En ocasiones el abismo se abre y el cordón se hace visible como un remolino luminoso bajando a las entrañas de la Tierra. Quien se sumerja en él y salga indemne, obtendrá la inmortalidad. Tal aseveran los indios, pero desconocen la entrada al reino inferior, por eso los hombres siguen siendo mortales.
   Aquí termina el cuento, sólo deseo agregar a modo de colofón un rumor que oí cuando anduve por Maquinchao, cuya pertinencia juzgará el lector: no lejos del paralelo 42, sierra de Apas, se encontró un portal de piedra excavado en la montaña. Era tan perfecto, que los paisanos no vacilaron en llevar hasta aquella  ladera caballos, y un carro, y sobre el carro un tronco pesado afilado en punta que emplearon como ariete contra la puerta.
   Una y otra vez arremetieron los caballos sudorosos espoleados por aquellos hombres sedientos de oro; mas la montaña rehusó abrirse, respondiendo a los gritos, imprecaciones y golpes, con un silencio de piedra.








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